Torreón, Coahuila, México
Durante muchos años mi vida transcurrió detrás de un mostrador. Esto me ha dado la oportunidad de conocer a mucha gente, y vivir inolvidables experiencias. Con frecuencia desfilan por mi tienda desde agentes de ventas, promotores, compradores casuales, clientes habituales, vendedores ambulantes, hasta esas amas de casa que obran verdaderos milagros con el gasto diario. Este trato continuo durante años me ha hecho respetar la vida de todos y valorarlos como seres humanos.
Cierto día, en el interior de mi negocio se debatió acaloradamente sobre el temible diablo y sus maléficos poderes. Entre los que integraban el grupo, los criterios eran diferentes. Unos hacían bromas y comentarios sarcásticos; otros se mantenían cautelosos, incluso, hasta temerosos. Algunos clientes no asiduos nos veían con total indiferencia. Los niños, más curiosos y asombrados, dejaban de jugar para vernos y no perder palabra de quiénes expresábamos nuestra opinión sobre aquel delicado tema.
— con el diablo no se juega— dijo con seriedad y firmeza doña Luz—. Ya ven lo que le pasó a María la del cerro. ¿Porque creen que no habla?— pregunto dirigiendo su mirada a la susodicha. Doña Luz pagó su compra y se retiró. María era una clienta asidua y muy acreditada. A diario surtía un mandado en mi tienda. Y en ese momento permaneció callada, limitándose a vernos y escuchar. Conforme iban obteniendo sus pedidos los clientes se retiraban, dejando incluso el tema sobre si el diablo existe o no. Todos tenían prisa, menos María, que sería su turno con la intención de quedar hasta el final, como si quisiera decirme algo nada más a mí. Así fue, una vez a solas María se acerco y con voz que denotaba nerviosismo, O más aún, pavor, me advirtió: —De veras, el diablo si existe...... ¡ Y con él no se juega! A mi esposo Rutilio y a mí ya nos dio un buen susto— dijo con el miedo reflejado en sus ojos.
María tenía un tabaretito cercano a mi negocio, donde vendía golosinas y refrescos. Vivía en lo alto del cerro de la Cruz, frente a un templo. Su esposo, músico de oficio, trabajaba por las noches con un trío musical en un conocido restaurante de aquella época. Debido al trabajo de su marido y al ambiente en que este se desenvolvía, aceptar las invitaciones de los parroquianos a beber una copa se hizo parte del oficio, llegando al convertirse en un hábito que le trajo serios problemas en su relación con María, pues él regresar diariamente "tomado" daba pie a fuertes discusiones. Y ese, durante muchos años, fue el modo de vida que llevaron. Cierto día Rutilo retornó a altas horas de la madrugada, como era su costumbre; y para no variar, bajo los influjos del alcohol, comenzaron a discutir, pero esta vez llegando hasta los golpes. Al término de la pelea se reconciliaron y decidieron salir de la casa.
Contaba María:
— caminamos abrazados, bajamos por un callejón que daba a la calle donde se encuentra la iglesia, sorprendiéndonos que frente a ella un enorme perro negro dirigía su torva mirada hacia nosotros. Sus ojos brillaban como lanzando chispas. De su babeante hocico asomaban unos colmillos enormes y salía fuego de el. Un extraño y desagradable olor invadía del ambiente. No encontramos otra explicación más que se trataba de algo diabólico. El susto que nos llevamos enseguida fue espantoso: el perro comenzó a ladrar muy fuerte y se hecho sobre nosotros. Por un instante el temor nos paralizó, pero luego reaccionamos y corrimos despavoridos hacia la casa, sin volver la cara atrás. Aquella horrible impresión cambió nuestras vidas desde entonces. Rutilo dejó la tomada y no volvimos a pelear; pero el miedo de repetir la experiencia con el perro nos hizo cambiar de domicilio. No sé cómo interpretar aquello: o como una visión del diablo, o como una advertencia de Dios por la vida que llevamos..... Por eso le aseguro que el diablo si existe.
María dio por terminado su relato. Desde entonces ese lugar es conocido por todos los vecinos como el callejón del diablo.
Recopilador: Josefina Orona de Virgil
Libro: Habla el Desierto Leyendas de la Laguna.
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